jueves, 3 de abril de 2014

Antes que todo.

Antes que todo soy una persona, antes que todo adjetivo emocional, intelectual o etiqueta que yo mismo pueda adjudicarme. 
No soy feliz ni desdichado, eso sucede en un momento pasajero tal como tantos otros mientras sigo siendo persona. 
Sufro y río, lloro y me alegran la vida las cosas tan simples como ser uno mismo. 
Para ser esto o aquello mi condición humana está primero y último porque es lo que me hace presente en el mundo, lo que me da valor trascendente y me entrega unicidad.
La vida me ha abatido quizá más veces de las que he sido feliz y no por eso me he quedado en el suelo porque es desde ahí mismo donde también me encuentro con mi fragilidad, con mi belleza.
Soy una persona, un ser humano contendedor de sí mismo, delimitador de sus propios muros y buscador de sus horizontes.
Lo que me hace persona es aquello por lo que represento, la sutil belleza de la sensibilidad humana, es decir, soy un representante de la vida de los otros, tuya, de tu gente, de la mía, de todos.
Por eso no soy ni feliz ni desdichado porque cargo con esas maravillas como una antorcha que arde del fuego de mis latidos, de mis pensamientos y de mi finita existencia.
Cargo una llama que se consume en el universo y que ilumina junto a tantas otras como la tuya las oscuridades más hermosas de este pasajero del mundo.
Tu persona y la mía hacen de este planeta un transporte donde sentirnos es el combustible que nos llevará siempre a los confines más misteriosos; nosotros, la humanidad.
Gracias. 



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