Hacía un año atrás exactamente había hecho el mismo viaje a
la misma ceremonia y también había ido entre los cerros a enterrar algunas
cosas que quedaban de mi antiguo nombre, cedulas y cosas por el estilo. Esta
vez fui a lo mismo entre el bosque porque me habían quedado algunas más que
encontré durante mi cambio de casa. Era medio día y el sol pegaba fuerte, no le
avisé a nadie de mis compañeros que seguro disfrutaban de las charlas de los
abuelos o quizá de algún temazcal, creo que el año pasado tampoco avisé a
nadie, suelo hacer mis rituales solo sin previo aviso. Caminé bajo el sol y
poco a poco iba encontrando en el camino a solitarios que disfrutaban de sus
guitarras u otros que fumaban un poco de marihuana tranquilos lejos de tanta
gente, llegué al gran pino donde hacía un año había sepultado mis cosas en una
caja negra y para sorpresa mía me encontré con la caja en la superficie con
algunos restos de aquellas cosas. Sin duda me asusté y recordé inmediatamente
que unos meses atrás tuve un conflicto interior donde me atacó la imagen donde
estas cosas habían sido desenterradas. Claramente tenían relación y no había
sido un delirio mío, estaba frente a la evidencia de que efectivamente había
sucedido. Tomé la decisión de no volver a enterrar lo que quedaba ahí mismo si
que tomé los restos y los uní a lo que me quedaba por enterrar. Me senté bajo
aquel pino enorme y bajo su sombra me quedé reflexionando, sabía que algo
andaba mal pero no encontraba respuesta.
Así mismo, sin respuesta y algo confundido emprendí mi
regreso al campamento, sentía un peso tremendo, desde que tomé esa caja rota y
vi que aún permanecían ahí todo lo que yo había deseado dejar atrás me hacía
sentir con un peso enorme y una suerte de angustia. Camino de vuelta me
encontré con las pequeñas casetas donde los abuelos atendían a personas con
dudas o que necesitaban algún ritual sanador, me surgió la necesidad imperiosa
de conversar con alguno y no sobre lo que había ocurrido, sino también porque
necesitaba hablar frente a frente con alguien que respondiera otras dudas y fue el momento preciso, me metí a una de las casetas y me encontré con una
abuelita hermosa, bajita y regordeta con largas trenzas canosas, soplaba
mágicamente un pequeño fuego del cual salía un humo y un aroma muy fuerte pero
agradable. Al darse la vuelta para ver quien entraba me miró directamente a los
ojos y abrió sus brazos para abrazarme y dijo;
Nos abrazamos y
en ese momento me largué a llorar. Su mirada hermosa, diáfana y llena de paz
más el tono de su voz con el que me llamó me conmovió a tal nivel que solté
inmediatamente toda resistencia a abrirme frente a ella como si estuviera
frente a mi propia abuela. Me invitó a sentarme frente a ella, me tomó de las
manos y me dijo;
“hijito lindo”.
“Dime hijito, ¿qué
pasa? ¿Por qué vienes a verme?”.
Le comenté que había llegado a ella por aparente
coincidencia pero que entendía perfectamente que todo se estaba dando para
hablar con ella producto de incesantes dudas interiores que llevaba conmigo
hace un tiempo pero también por lo que acababa de vivir bajo aquel pino hace
unos minutos atrás. En primer lugar le expliqué que llevaba semanas con una
suerte de agonía interior ligada a mi mente, una incomodidad intelectual que me
aprisionaba. En ese momento ella tomó un ramo de flores y hojas, se colocó
delante de mí y espació el humo que salía del pequeño fuego con las flores.
Cantó un par de versos y luego me tomó las manos y me miró fijamente a los ojos
y dijo;
“Hijito lindo, eres
un hombre muy sabio, hace un tiempo has descubierto en ti una verdad, un don
maravilloso, pero lamentablemente te haz hecho reo de él porque eres aún
novato. Tómalo con calma, eres un hombre que se ha ahogado con su sabiduría y
se te escapó de las manos. Tu camino que has emprendido va bien pero deben
aprender a callar, por más que buscas el silencio te sumerges más en el ruido.
No intentes ayudar a todo el mundo, por querer hacerlo dejas de ayudarte a ti,
todo esto que te digo ya lo sabes porque ya te hiciste sabio y conocedor, lo
que necesitas es obedecerte más. Mira la tierrita hermosa y el universo en el
que vivimos, ella y él son los más sabios pero son silenciosos, aprende de ellos”.
En esas palabras caí en un llanto muy hermoso, sentí como si
sus palabras fueran un baño suave de caricias y tranquilidad. Era así mismo tal
como ella lo describía, y claro, yo lo sabía pero de nada me servía solo
saberlo, debía actuar pero antes que todo en mí. Me sentí tan aliviado y
sorprendido a la vez que una mujer hermosa como ella pudiera entender tan fácilmente
lo que me ocurría. Luego de eso, me pidió que cerrara los ojos y cantó frente a
mi mientras ella se movía, la sentía frente a mi moviendo sus manos hacia el
cielo y la tierra, esparciendo el humo y mirándome fijamente. Luego antes de
irme le hice una ultima consulta, le expliqué lo que había ocurrido en el pino
donde había enterrado mis cosas y me dijo;
“Lo que la tierra
devuelve es porque no son cenizas, hijito lindo, deberás quemar todo eso en un
gran fuego, el Diosito fuego se encargará de ello”.
Así me despedí de ella con un gran abrazo, esa misma noche,
frente al gran fuego que se realizaba en el centro de la comunidad arrojé lo
que quedaba de todo ello. En ese momento una mujer me grita;
“¡Ese fuego es
sagrado no le eches cosas!”
“Por eso mismo lo
hago, porque es sagrado”. – Le contesté.
Con cariño y gratitud para;
Doña Luciana
Pérez Tiburcio – Consejo de Ancianos del Kantiyán, Veracruz, México.
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Mujer de
Sabiduría del santuario de la identidad Totonaca ubicado en Papantla,
Veracruz, México. Partera. Maestra conocedora de los principios y de la
concepción de vida. Descubridora del "Don del ser humano"
que devela en el bebé al momento de nacer. Con ceremonias e invocaciones
ofrece al recién nacido a la madre tierra y lo va guiando en su don
durante su desarrollo.
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