El mensaje es tan sutil que la mayor parte de las veces pasa inadvertido, casi como un murmullo en la consciencia, un aire o un soplido que no alcanza a transformarse en una nota musical, en un entendimiento o en una acción decidida. Es lo que trae consigo el Zen, una invitación seductora a una fluidez que se sabe cercana pero que habitualmente está bastante más profunda de lo que pareciera porque es capaz de hacernos llegar a un lugar dentro de nosotros que luego confirmara que no lo es, como una ilusión o como algo que pasa, que no se queda, que efímeramente no desea dejar rastro. Las disciplinas japonesas como la decoración, la jardinería, la pintura, la caligrafía o el aikido y el kendo entre tantas otras no ocultan nada del Zen, son el Zen, está ahí para nosotros, como un soplido furioso que pasa por la flauta de bambú o como el minimalismo de la decoración nipona. Todo el Zen está en su arte, es su capacidad de ver la complejidad de lo simple y a su vez la simpleza de lo complejo, todo sin esfuerzo sino más bien con profunda fluidez y elegancia.
Todo el arte nipón está en una capacidad de concentración y sincronización con el presente, tal como el maestro Zen respondió a su discípulo que le preguntaba ¿maestro donde está el Zen? Y el maestro respondió "donde no lo encuentres, pues ahí está".
Claro, simple, complejo y bello, suficiente para despertar por un segundo.
Flauta Shakuhachi
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