¿Qué hacía yo ahí de pie esperándola en el aeropuerto con
una polera que decía en el pecho y con letras rojas “Ich Liebe Dich”?
Justamente eso, amándola. Ese amor libre, generoso, ¿Qué si duele ese amor? No
lo se, quizás. Duele la inevitable ausencia, pero no, el amor no duele cuando
es verdadero. Cuando es verdadero la valentía de quienes lo sienten, lo
comparten, lo expresan y sobre todo, lo agradecen. Ahí estaba yo parado y
agradecido, llevaba más de media hora esperando y había hecho de todo –junto a
la ayuda de una gran amiga mía– para poder estar ahí y en ese momento para la
despedida. Admito que en mi, muy en lo profundo existía ese grito que clamaba
el clásico “No te vayas” pero era inevitable lo que de cierta forma me ayudó a
concentrarme en hacer una bella despedida. Logré entrar por policía internacional
hasta el Duty free gracias a un trámite y la amiga de una amiga que trabajaba
en el aeropuerto me acompañó para poder esperar dentro del anden. Cosa milagrosa
porque es imposible realizar esa gestión, de no haber sido así la despedida
quizás no habría sido posible porque ella iba a estar seguramente con algún
familiar y yo quería que fuese una sorpresa. Ella no sabía que yo estaría ahí,
por lo demás, no quiso despedirse por ningún medio dejándome desesperado sin
saber qué hacer, claramente estaba afectada.
Bueno, resultó y ahí estaba yo, esperando en medio de un
pasillo mirando de frente como pasaban los pasajeros sus pertenencias y como
eran revisados por policía internacional. Escribir esto me hace respirar más
rápido, emocionado, quizás evocando de alguna manera los sentimientos de ese
momento y es así mismo como me sentía, acelerado y nervioso pero sabía que lo
que estaba haciendo era lo correcto. En situaciones como esta se piensa poco
porque es el corazón quien manda y ese corazón en ese momento estaba más
acelerado que nunca. Sabía que me despedía de ella y todo lo que significaba,
un amor de un par de meses por internet, dos semanas en Chile y un par de veces
que logramos vernos donde pudimos confirmar que lo que sentíamos no era una
ilusión producto de quizás qué necesidades emocionales de cada uno, sino que
era real, verdadero, incluso más de lo que imaginábamos. Yo, estaba ahí
despidiéndome también de esa mujer que representaba lo imposible pero que sobre
todo, significaba la muerte y el renacer de un hombre, si, el de ahora, este
que aprendió que amar no es aferrar sino todo lo contrario, agradecer y dejar
ir.
Ella, volvía a Alemania, lugar donde vive con su marido,
ambos chilenos que decidieron comenzar su vida juntos en Europa. Ella, ex
compañera de colegio, un par de cursos menor que yo. Nos conocimos después,
muchos años después del colegio y por internet, y claro, no me pregunten cómo,
pero surgió eso que todos sabemos. Y si, si, está casada pero ¿y qué, a muchos
les pasa no?, en fin. Surgió lo bello y justo coincidió que tenía que viajar a
Chile para visitar a su familia y no podíamos dejar de vernos ya que durante
meses habíamos nutrido por internet una suerte de romance secreto. Ambos
sabíamos qué pasaría si nos juntábamos en Chile, y claramente estábamos dispuestos
a que eso pasara.
Cada minuto que pasaba era eterno sin verla llegar, ya la
había visto muy rápido minutos antes
porque tuve que pasar muy cerca de ella para lograr entrar a policía
internacional. Iba acompañada de su padre, se veía triste, tristeza que quizás
la hacía verse más sola que nunca. Me costaba imaginar que después de todo lo
que habíamos pasado ella no quisiera despedirse. No podía entender cómo era
posible que una persona negaba los momentos más importantes de una relación
como son las bienvenidas o las despedidas, sobre todo esta ultima que
habitualmente nos deja con un mensaje, una suerte de moraleja o una intuición
vaga que nos dice cómo irá todo más adelante. Pero ella no quiso, en fin. Logre
verla cuando se asomó por policía internacional, estábamos lejos como para que
ella aun lograra verme, ahí mi nerviosismo era descomunal, creo que si me
tocaba hablar en ese momento sobre algún tema del cual me consideraba experto
no podría asomar una sola palabra, sentía como si el corazón me agarrara la
garganta y los pulmones para no dejarme respirar. La revisaron mientras ella
pasaba su bolso de mano, y su soledad en ese momento era tan grande y notoria
que por un par de segundos me asustó. Esos segundos me hablaban tan lentamente
que todo era muy claro, ella no estaba siendo feliz, su desesperación quizá escapaba
a mi comprensión pero si lograba ver que en ese momento presente no era feliz y
eso era lo que importaba.
Tomó su bolso y caminó directo a mi, ahí me olvide de todo,
incluso de mi. No recuerdo otra cosa que no sea el incesante palpitar de mi
pecho que parecía que iba a estallar sin dejarme disfrutar en paz de ese
momento. Inmediatamente después de dar un par de pasos hacia logró conectar su
mirada conmigo sin darse cuenta en un primer instante, luego de eso y extrañada
miró nuevamente como para cerciorarse de que lo que veía era real. Jamás
olvidaré el cambio en su rostro al verme. Abrió sus ojos y la explosiva sonrisa
la obligo a correr. Quisiera saber el rostro que puse yo al tener ese contacto,
seguramente si lo viera ahora caería al suelo de risa, de seguro mi cara de
embobado era el producto del momento y mi nerviosismo que ya me tenía en un
colapso. El abrazo nos estrujó por un par de segundos antes de que ella hablara
porque de seguro ninguno de los dos podía hacerlo ya que la emoción era tan
grande que había tragado nuestras palabras. Ella colgaba literalmente de mi
cuello mientras yo la sostenía en ese abrazo que claramente no tenía nada que
envidiarle a los abrazos vistos en las películas, era exactamente igual y por
qué no decirlo, quizás mucho mejor porque era real. El tono de su voz acelerado
y conmocionado sólo logró decir una cosa en mi oído - ¿Qué haces aquí loco de
patio?.-
Continuará...