Febrero, 2011.
Copacabana me esperaba con un día nublado pero agradable, al
bajar del bus debía buscar un alojamiento rápidamente porque me habían contado
que era difícil encontrar durante esa fecha y como suelen pasarme las cosas al
revés que a los demás o porque debo tener siempre una estrella sobre mi
encontré alojamiento enseguida y con una bella vista frente al imponente lago
Titicaca. Extrañamente comencé a sentir un agradable desapego con mi origen,
con el lugar de donde provenía a pesar de que era un viaje difícil y lleno de
novedades y experiencias, comenzaba a sentir de alguna forma que todo formaba parte
de una experiencia donde reconocería que provenir de algún lugar no es más que
estar en el lugar mismo, que la procedencia no importa cuando entiendes que
provienes de todas partes porque en cada lugar donde llegues ya eres parte. Así
que poco a poco me sentía más cómodo donde quiera que estuviera, sin sentir
miedo ni extrañar profundamente mi lugar de origen. Recuerdo haber entrado a la
habitación del hostal y sentarme en la cama con vista al lago y pensar que nada
me ataba, ni las personas ni las cosas que tenía me poseían. Ahí logré respirar
profundo y darme cuenta no había temor porque todo ya era una experiencia de
aprendizaje maravilloso, el despegarse y desconocerse para volver a conocer
nuevas dimensiones de uno mismo era un logro que me llenaba de alegría.
Finalmente almorcé en un sucucho y averigüé sobre los viajes
a la isla del Sol que tanto me habían hablado, una isla llena de misticismo que
al día siguiente me daría una aventura no muy agradable. Teniendo el viaje
comprado a la isla para el día siguiente me fui a recorrer el pueblo para tomar
algunas fotografías y seguir conociendo. Ahí comencé nuevamente a relacionarme con lo oculto y lo
místico de estos lugares, me perdí en sus calles llenas de puestos donde venden
medicinas y objetos para brujas y chamanes. Visité la Catedral de la Virgen de la Candelaria que por fuera
daba la impresión de ser un monasterio tibetano en medio del Himalaya, con un
viento helado y gente en el suelo pidiendo limosnas a los turistas. Detrás de ésta
había un lugar de culto y rezo muy distinto a la iluminada y pomposa catedral,
un pasadizo muy estrecho y oscuro iluminado sólo por velas donde la gente iba a
rezar mientras la catedral estaba completamente vacía. Me llamó la atención que
la gente se adentrara a este lugar tan frio y oscuro para orar, sin deidades ni
estatuas a quienes mirar o adorar, sólo murallas negras y cera derretida por todas
partes. Ahí lo oculto y lo misterioso de la fe y del inconsciente hacía de las suyas al parecer
mejor que en la tan caduca iglesia católica.
De vuelta en el hostal me deleité con un hermoso atardecer
anaranjado en el lago que a lo lejos mostraba una nube que se aproximaba
desafiante para darnos en la noche una tormenta con truenos y
rayos sobre el lago dignos de ver en completa oscuridad desde mi habitación.
@Andreas_von
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