Febrero, 2011.
La citación al muelle para ir a la isla del Sol era a las 7
am, eran por lo menos más de dos horas en una barcaza para llegar, lo que era
un viaje lo suficientemente largo como para aprovechar de dormir cosa que nunca
hago teniendo mi cámara o un libro. El día estaba nublado y helado y al parecer
no habían intenciones del dios Ra o Inti en este caso de asomarse para darle un
poco de color. Al llegar a la isla la confusión para tomar un guía me daba el primer indicio de algo que no iría bien, por lo
menos en mi. En medio del caos busqué un carrito que vendiera algo para comer
porque no había desayunado y andaba con unas pocas galletas. Compre las clásica
“salchipapas” que son simples vienesas fritas con papas cocidas. Se les puede
agregar mayonesa o kétchup. En ese momento parecían buenas, no diría lo mismo
treinta minutos después. Finalmente decidí seguir a un grupo de gente y subir
la montaña que tenía algunas cosas que mostrar según me habían contado. El guía
paraba y comentaba ciertas cosas ligadas al pasado de la isla, la verdad, casi
nadie lo escuchaba, todos tomaban fotos y estaban preocupados de que no
comenzara a llover, algunas gotas desafiantes caían sin temor. Yo, más
preocupado de eso estaba de mi estomago que comenzaba a darme unos retorcijones
y sonidos que me asustaban casi llegando a la cima de la montaña y lo peor de
todo es que me quedaban 2 horas de caminata. Llegamos a un sitio donde nos
mostraban unas rocas sagradas y ahí no pude más, tuve que decidir rápidamente
porque sentía que los intestinos se me salían. O seguía con la gente y me
cagaba ahí mismo o corría rápidamente hacia abajo para llegar al muelle donde
había baño, eso significaba que el trayecto que hice caminando en una hora
debía bajarlo en cinco minutos. Me armé de valor y corrí bajo la lluvia camino
abajo. Podría haberme escondido en cualquier parte y hacer ahí pero no, lo
pensé muchas veces pero siempre era interrumpido por algún gringo o chino
perdido del grupo que venia subiendo. Creo que la gente notaba claramente lo
que me pasaba, cualquier tipo corriendo con una cara verde o violeta rumbo
abajo no es otra cosa que alguien que está a punto de cagarse. Finalmente
llegué al muelle y pague unas monedas para entrar al baño. Que alivio, sentí
que estar ahí valía más la pena que estar subiendo un cerro en medio de un
diluvio sin poder sacar una buena foto. Ese baño era mi salvación. Al cabo de
eso, no pude más que esperar al retorno a Copacabana. Ahí conocí a unos chicos
chilenos que andaban de mochileo y comenzamos a conversar, subimos a la barcaza
y el retorno fue más placentero jugando cartas en el suelo. Yo, estaba
aliviado. No existe nada mejor que pasar del susto gastro intestinal lejos de
tu casa, de tu país.
@Andreas_von
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Salchipapas. |
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