miércoles, 24 de diciembre de 2014

Todo en el Zen, el Zen en todo.

El mensaje es tan sutil que la mayor parte de las veces pasa inadvertido, casi como un murmullo en la consciencia, un aire o un soplido que no alcanza a transformarse en una nota musical, en un entendimiento o en una acción decidida. Es lo que trae consigo el Zen, una invitación seductora a una fluidez que se sabe cercana pero que habitualmente está bastante más profunda de lo que pareciera porque es capaz de hacernos llegar a un lugar dentro de nosotros que luego confirmara que no lo es, como una ilusión o como algo que pasa, que no se queda, que efímeramente no desea dejar rastro. Las disciplinas japonesas como la decoración, la jardinería, la pintura, la caligrafía o el aikido y el kendo entre tantas otras no ocultan nada del Zen, son el Zen, está ahí para nosotros, como un soplido furioso que pasa por la flauta de bambú o como el minimalismo de la decoración nipona. Todo el Zen está en su arte, es su capacidad de ver la complejidad de lo simple y a su vez la simpleza de lo complejo, todo sin esfuerzo sino más bien con profunda fluidez y elegancia.
Todo el arte nipón está en una capacidad de concentración y sincronización con el presente, tal como el maestro Zen respondió a su discípulo que le preguntaba ¿maestro donde está el Zen? Y el maestro respondió "donde no lo encuentres, pues ahí está".
Claro, simple, complejo y bello, suficiente para despertar por un segundo.


Flauta Shakuhachi


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