martes, 30 de octubre de 2012

Ojos de luz.

Quebrar el hábito, 
ir hacia el no lugar 
acompañado de la incertidumbre que lame mis pies 
evocando el destino en un trozo de universo mágico.
Como huellas son mis huesos,
mientras yo viva
seré el camino invisible
hasta que mi muerte los haga visibles,
sólo el cuerpo se detiene.
Espíritu sublime,
todos tus viajes
los haces en la inmensidad de mis carnes
y en el infinito de mis neuronas,
vuela en el cielo de mi cráneo.
Voy de oscuridad en oscuridad
sonriéndole a quienes ven en mis ojos
la luz de los suyos.


@Andreas_von




lunes, 29 de octubre de 2012

Encuentro en el metro.


Subí al vagón del metro y como suelo hacer me acomodo en la puerta anterior que va cerrada. Iba bien de tiempo y sin apuro a mi sesión de Yoga, no me gusta andar apurado y menos corriendo. El día estaba ideal para este ritmo, todo parecía ser que el ritmo que yo llevaba era el mismo que del resto, quizá porque era domingo y la gente suele andar más tranquila, pero en mi caso intento que todos los días sean un domingo igual a este. Un par de estaciones más adelante subió un grupo de gente y me acomodé para dar más espacio. Mi mirada se concentró en el suelo por un instante, no sé porque, de esos movimientos quizá de no querer encontrar nada pero ahí encontré unos zapatos negros, bien lustrados, y un pantalón gris, bien planchado. Frente a mi, unos pasos cortos como si los pies fueran frágiles intentaron acomodarse frente a mis zapatillas. Poco a poco fui subiendo la mirada y aquel traje gris vestía a un anciano muy bien vestido que me miraba fijamente a través de sus anteojos. Era yo, cuarenta años más viejo, pero era yo. Lo sentí en su mirada cómplice, me lo dijo y yo sin escuchar nada simplemente entendí. Me miraba con dulzura, tranquilo, sereno pero sobre todo contento, realizado. Claro que me puse nervioso, era yo mismo mirando a un joven de 30 años que recién comenzaba nuevamente y cómo no mirarlo de esa forma, faltaba mucho que vivir para llegar a anciano. Sonreí pero levemente, nervioso. El anciano se sentó mientras yo seguía en pié. Mientras pasaban las estaciones yo me preguntaba qué tan real podía ser aquello, reconocerme en un otro mucho mayor y sólo llegaba a la conclusión de que sea o no real lo que sentía era intenso y eso era la puerta hacia algo que era necesario continuar viviendo. Si era yo cuarenta o quizás más años no importaba realmente, lo que importaba es que a penas lo vi me vi a mi y al maravillarme con esa mirada algo me decía que debía estar tranquilo, como si fuera una suerte de oráculo que se me puso en frente mostrando la viva imagen de mi futuro. Me hizo sonreír y mi curiosidad innata pedía más contacto visual y necesitaba una mirada final antes de bajarme. Me quité los lentes de sol que habitualmente olvido quitarme cuando voy en el metro y antes de llegar a mi estación me voltee a mirarlo para tener un contacto más directo con él. Al girar mi cabeza él ya estaba mirándome y me sonrió, bajó su mirada para ver su reloj y volvió a mirarme para sonreír y cerrarme un ojo. Bajé del vagón, me di la vuelta y las puertas se cerraron. El anciano miraba a una niña mientras el tren partía y el tiempo se iba con el. 

@Andreas_von

jueves, 25 de octubre de 2012

Mi primer acto de psicomagia.


“Todos somos psicomagos”, esa fue la frase que dijo Alejandro Jodorowsky en un taller de metagenalogía que realizó en agosto de 2011 en Santiago de Chile donde aproveché de pedirle su autógrafo y extrañamente él mismo Alejandro quiso escribir mi antiguo nombre (Erwin) en una de las hojas del libro. Con esa frase que Alejandro dijo en el taller y su misterioso deseo de firmar su libro con mi antiguo nombre me marcaba con una maravillosa certeza de que dentro de mí yacían las herramientas necesarias para sanar y comenzar nuevamente lo que tan imperiosamente en mí gritaba, un cambio desde la raíz. Luego, un par de semanas más, después de haberme decidido por hacer este acto fui a encontrarme otra vez con Alejandro en una conferencia donde le pedí que me firmara nuevamente el mismo libro pero con el nuevo nombre que yo quería usar, extrañado al ver el libro firmado me dice “pero si ya te lo firmé” y le contesté, “pero ahora por la contratapa y con el nuevo nombre que me voy a cambiar”, soltó una carcajada y me dijo “Ah! Harás tu propio acto de psicomagia para cambiarte el nombre, que bonito, cuéntamelo”, y rápidamente se lo conté mientras el asentía con la cabeza, le pregunté si yo estaba bien y me dijo tranquilamente, “no busques mi afirmación, todo está correcto si es lo que tu deseas hacer, hazlo” nos dimos un abrazo en medio de la multitud que lo seguía y así comencé.
Conociéndome – hasta cierto punto – y teniendo yo una amistad fenomenal con la creatividad desde muy pequeño y hasta el día de hoy, me di cuenta que lo que decía Alejandro era tan cierto que removió en mí una valentía creativa para comenzar a idear lo que sería mi primer acto psicomágico y bastante trascendente por lo demás, ni más ni menos que cambiar mi nombre frente a mis padres, renunciar al primer legado familiar que carga con responsabilidades y designios propios de una familia que te atrapa con algo tal sutil como el nombre, y no era para menos, mi antiguo nombre era el mismo que el de mi padre. Obviamente el cambio de nombre no es un mero tramite sino que implica un trabajo interior donde el ego es su principal objetivo pero a demás conlleva un conjunto de cambios anexos en el ser interior que poco a poco se van asimilando después de realizado el acto. Así, comencé a estudiar todo lo relacionado a la psicomagia y sus resultados pero a la vez comencé a estudiar a mi familia, mis ancestros y la información que de ellos podía recopilar entrevistando a mis padres y parientes. De esta forma se dieron meses de interiorización y comprensión de esta información que me hacía comprender vitalmente cuales eran ciertas actitudes o definiciones que yo tenía que no me correspondían ocultando una esencia que gritaba por salir a flote. Después de haber comprendido comencé a idear mi propio acto con directrices que había encontrado en algunos textos del mismo Jodorowsky y de su hijo Cristobal en su libro “El collar del Tigre”, ambos me sirvieron de guía para crear mi propio acto.
Había que ser metódico y muy sensible frente a la situación, de esa forma la sabia creatividad y el rigor de domarse a si mismo y no caer frente a la tentación de mantenerse igual era vital, siempre hubo momentos en los que se me acercaba la cobardía para hacerme claudicar en mi anhelada misión. Creí y supe inmediatamente que el día de mi cumpleaños era el momento ideal para tal acto ayudándome a estar en un día significativo donde el nacimiento de algo nuevo sería asimilado por esta fecha. Desde esta base comenzaba ya a tener cierta coherencia que daba sustento al acto, luego comencé a crear apoyado en simbologías universales para el acto que debía tener a ambos padres en frente (cosa difícil porque están separados y hacía años que no se veían). Por un principio pensé en hacerlo por separado, primero mi madre y luego mi padre pero finalmente me di cuenta que era importantísimo que los tuviera a ambos juntos ya que de esa forma sería más completo y por otro lado el profundo deseo de ver a mis padres formaba parte de un deseo frustrado que su misma separación traumó mi infancia, por lo tanto decidí avisarles pero por separado sin que ellos supieran que se encontrarían, de lo contrario cabía la posibilidad de que uno de los dos (o ambos) se negara. Así comencé a crear en conjunto a las simbologías universales que el inconsciente acepta como reales, de esa forma consideré que usar una polera negra (negro, el inconsciente) con mi nombre impreso en el pecho era el primer paso, una tela blanca muy fina, tijeras, tres copas, una botella de vino tinto, , pintura dorada, ropa nueva, una cortadora de pelo, una cajita negra (simulando un pequeño ataúd), pintura roja, un macetero y tres flores (Lilium) eran los elementos que debía usar para este acto.
Así como consideré importante la fecha de mi cumpleaños también lo era que mis padres supieran a que se iban a enfrentar si que redacté una guía que especificaba paso a paso el acto, se los envié con un par de semanas de anticipación mientras yo conseguía los materiales y comenzaba a armarme de valor a medida que pasaba el tiempo. No fue fácil comenzar a interiorizar la idea de un cambio de nombre a pesar de que mis deseos eran enormes, pero aún así me vería enfrentado a la reacción (normal y evidente) de mucha gente que cuestionaría mi decisión y sin duda que así fue lo que desde un positivo punto de vista me ayudó a reafirmar mi decisión cada vez que me tocaba justificar mi cambio, siempre lo conté con orgullo y felicidad, como un hermoso acto liberador y transformador explicando punto por punto para que no quedaran dudas y así la gente no pensara que era una simple locura sino algo con bases solidas y efectivas.
Una semana antes del día de mi cumpleaños se me complicaron las cosas de forma interior, dormía mal, sudaba en las noches, tenía pesadillas y durante el día estaba temeroso y varias veces pensé en cancelar el acto. Sin duda mi ego veía cercana la posibilidad de una mutación y como bien sabemos el ego jamás querrá renunciar a su identidad, porque el ego es un niño testarudo y muchas veces, sobre todo cuando no es domado, un vil tirano. Llegó el día, como era de costumbre desde muy temprano comenzaban a llegar llamados por teléfono y mensajes saludándome por mi cumpleaños pero mi mente estaba en el acto, antes de recibir a mis padres (que venían por separado y no sabían que se encontrarían) medité un rato para intentar calmar mis emociones, sirvió pero no mucho, hasta ese momento mis practicas meditativas no eran tan consistentes, al rato claramente fui presa de las emociones. Primero llegó mi madre, algo curiosa y quizá un poco reacia a esta “locura” como suele llamarles, al rato llegó mi padre, notablemente nervioso pero más abierto a la experiencia y al encontrarse con mi madre sorprendidos se saludaron cosa que me maravilló ver sin duda, después de tantos años tener a mis padres en mi casa era una sensación indescriptible y no podía hacer más que dejarme llevar, el paso al vacío ya había sido dado, ahora había de dejarse caer.
No pude contener la emoción de tenerlos a ambos sentados juntos en mi sofá, mi corazón latía muy fuerte y mi garganta apretada no me dejaba expresar con soltura, de pié frente a ellos intenté explicarles lo que íbamos a realizar pero fui invadido por la emoción y me largué a llorar. Verlos frente a mi nuevamente después de tantos años era un sueño, si, el sueño del niño herido que en ese preciso momento lloraba frente a sus padres. Ese niño no pudo contenerse y se vio obligado a salir a flote, a expresar su dolor frente a sus padres y créanme fue maravilloso, liberador y gratificante llorar de esa forma, como un niño, con hipo, cual chavo del ocho. Tantos años reprimida esa emoción que necesitaba a sus padres frente a frente para lograr salir fue como una bomba de energía.
Libre de ese sentimiento guardado por tantos años me sentí capaz de hacer lo que estaba planeado, les expliqué con tranquilidad cada paso y ellos me escucharon atentamente. Se sentaron en el sofá y comencé.
Tenía la polera negra con mi nombre estampado en el pecho, la tomé con mis manos a la altura del pecho donde estaba el nombre y la rajé desde el centro dejando mi pecho descubierto, la abrí completamente y me la saqué. Tomé una tijera y recorté el nombre que había quedado partido a la mitad. Los dos trozos del nombre los quemé. Mientras veía que mi nombre se quemaba me sentí extraño, como si estuviera alegra y triste al mismo tiempo, algo sufría haciéndome llorar mientras lo veía pero al mismo tiempo estaba feliz por ya estar en pleno proceso. Luego de eso tomé las cenizas, las bañé en miel y lo coloqué dentro de la cajita negra que simulaba un ataúd. Luego tomé la tela blanca fina, me corté un dedo y dejé caer unas gotas de sangre en un frasco de pintura roja. Con esa pintura escribí mi nuevo nombre en la tela y me la pegué en mi pecho. Me desnudé y pedí a mis padres que me pintaran de dorado completamente, mi madre por el lado izquierdo y mi padre por el derecho mientras cada uno me bendecía el intelecto, las emociones, el sexo y el cuerpo completo. Mi madre muy tranquila y cariñosa me pintaba y mi padre muy emocionado lloraba. En ese momento nos abrazamos los tres y lloramos juntos. Luego de eso, recorté tres pedazos de la tela blanca con mi nombre y las coloqué en las tres copas con vino tinto. Brindamos y bebimos el vino para asimilar el nuevo nombre. Terminado eso fui al baño, me miré desnudo y completamente de dorado maravillándome con esa imagen, me duché y luego tomé la maquina de cortar pelo y me rapé completamente la cabeza, me vestí con la ropa nueva y finalmente tomé el pequeño ataúd que contenía las cenizas de mi antiguo nombre y lo sepulté en el macetero, tomamos cada uno un lilium y los plantamos sobre el ataúd. Así culminaba el acto, ya tranquilo me senté junto a ellos y conversamos un rato, desde ese momento en adelante comenzaron cambios importantes en mi, desde dejar mi antigua profesión que no me hacía feliz y comenzar un camino nuevo en todos los aspectos de mi vida. Al día siguiente los brotes de las flores se habían abierto mostrando sus hojas amarillas, al despertar por la mañana y verlas supe que lo que había hecho era lo correcto, me sentía libre pero sobre todo, realizado.

@Andreas_von






lunes, 22 de octubre de 2012

La silueta de tu espalda.

Es la silueta de tu espalda la que me dejó mudo,
mis palabras ahora son como limosnas
entre mis ardientes silencios escondidos.
Ese pequeño hilo blanco de tu cadera,
sutil es el camino que seduce a mis gritos carnívoros.
No quiero ser la luz que te toca,
sólo la sombra que te recorre 
y que has fabricado tu misma.
El pilar donde apoyas tu belleza
y el arena que reconoce tu rostro de sirena, 
soy el tatuaje de tu piel que camina lamiendo tus poros y tu sal.
No hay silencio para mi imaginación,
tu cintura me invita hacia tus abajos y tus arribas.
Mi deseo es vertical y sudoroso.
Seguiré mudo y será mi silencio entonces
quien me enseñe a naufragar 
en la silueta de tu espalda. 

@Andreas_von


Lengua de oro.

Extracto de miel en mis fragilidades,
hay dulzura en el pozo eterno del alma humana.
Injuria la verdad de tu lengua,
haz de la realidad una danza de tartamudeos sagrados.
Destello sombras amorosas, 
busco mi luz en el reflejo de mis huellas doradas, 
siempre me encuentro en el camino virgen de mis zapatos.
Salto de luz en luz 

lamiendo la oscuridad entre sus espacios,
mi lengua dibuja altos puentes de oro.
Derrame de delirio,
hazme volver al orgasmo que me trajo al mundo,
desde el universo salto bañado en hermosa locura.
En la orilla del universo
hago de mi alma una ventana hacia los pluriversos,
ahí me habitan los poemas sin fin,
Y el amor hacia el silencio agradecido.





@Andreas_von






domingo, 21 de octubre de 2012

No creer, conocer.

Hay que pasar de la creencia ignorante de Dios/a al conocimiento vivencial, quien cree en Dios lo duda, quien lo conoce no cree. Lo sabe.
Para creer en Dios es menester dudarlo, para conocerlo hay que experimentarlo, es decir, ser uno mismo, no por narcisismo divino ni nada por el estilo, encontrarlo dentro sin formas pre definidas ni frases aprendidas de algún libro sagrado. Ahí en el encuentro p
rofundamente silencioso habita el Dios interior que no cabe en palabra ni frase alguna que lo defina, hacerlo sería limitarlo y a la vez limitarnos a nosotros mismos.
Si se busca a Dios en el cielo se le falta el respeto a la Diosa en la tierra, mirando la línea del horizonte encuentras a ambos unidos. Ahí es donde habitualmente situamos la mirada introspectiva y aquella unión es también el reflejo de nuestra unión con nosotros mismos, ahí lo vivimos, lo conocemos y dejamos la duda, la creencia, silenciamos todo lo aprendido para vivirlo y vivirnos.





@Andreas_von






Orquídea.

Dejo caer mis armaduras egóicas 
Pesadas y oxidadas
en el pozo de sus lágrimas negras,
ahí en medio del putrefacto pantano, 
Sin aviso ni trompetas doradas
Humilde y pura
una orquídea blanca brota embelleciéndolo todo.
Desnudo y frágil 
La felicidad me habitó en silencio.

@Andreas_von


Tu espalda.

Súbeme a la belleza de tu imposible mortalidad, 
eres la mujer de todas las vidas que abajo supliqué besar.
La llamarada nos toca el pubis luminoso, 
hagamos el destiempo para que él nos queme el amor.
Entre tu cuello y cintura, 
la suave muralla que me devora mis silencios, 
sólo digo ósculos de grito.
Es tu espalda sendero donde aterrizo, 
desnudo deseo me juguetea taquicardia hacia tus abajos.
Allá lejos, 
entonces en todas partes, aquí dentro te doy las gracias eternas.

@Andreas_von


viernes, 19 de octubre de 2012

El perro, Parte 3.


He querido escribir sin ideas previas, estructuras ni márgenes, un cuento de asociación libre que ha llegado a esto que he publicado, aquí una serie de partes que aún no encuentran fin y quizá jamás lo encuentren, eso lo sabe el mismo cuento.  
Así comienza; 



Parte 1.

Buscando aquella perra perdida en medio del desierto encontró un hueso bajo un árbol  y se preguntó si será que la perra que buscaba había muerto ahí, sola y hambrienta. Siguió su búsqueda bajo el intenso sol y no encontró más que arena y raíces secas. Al darse cuenta que su búsqueda sería infructífera dio media vuelta, enterró el hueso en la tierra, levantó una pata y lo orinó. Años después medio perdido en ese mismo desierto su viejo olfato lo llamó. Mirando a lo lejos, un hueso sobresalía de la tierra. Se acercó lento y desconfiado pero el hueso se hacía cada vez más grande. Al llegar al hueso éste era del tamaño de una locomotora otorgando una cómoda sombra en medio del árido desierto. Acurrucado en la sombra recordó aquella perra que nunca encontró. Triste se durmió sin darse cuenta. A media noche despertó asustado y sintió un frío de muerte. Miró a su alrededor y el enorme hueso había desaparecido, se halló solo en la inmensidad de la noche y el desierto. Contempló las estrellas tranquilamente sintiendo una paz que hace mucho tiempo no hallaba. El miedo de estar solo en el desierto comenzó a desaparecer como también el frío a medida que comenzaba a disfrutar de las sensaciones que le entregaba el hecho de estar en medio de la nada. Miró a lo lejos y ayudado por la luz de la luna que asomaba por los cerros vio que algo se movía. No podía ver con claridad pero parecía ser algo similar a aquella perra que buscaba durante tanto tiempo. Su corazón comenzó a palpitar fuertemente haciendo que tomara la decisión de acercarse lentamente. A medida que se acercaba las estrellas comenzaban a desaparecer y la luna retornaba a los cerros. El arena y el aire comenzaban a ponerse más pesados. Pensó que si lanzaba un pequeño ladrido quizás podría llamar su atención pero no dio resultado. Se detuvo, comenzó a sentir frío, y miedo nuevamente. Estaba tan cerca que notó que aquella forma estaba dándole la espalda. El tiempo parecía detenido, nada sonaba, nada se hacía notar más allá que este ser que tenía en frente y que poco a poco, lentamente comenzaba a darse la vuelta para verlo de frente. Un respiro hondo le hizo sentir que el corazón latía fuerte sin saber si era miedo o una bella emoción. En su interior el tiempo parecía ir tan lento que se sentía prisionero de él, pero su corazón latía cada vez más fuerte. Todo era lento, pero por dentro todo corría desesperadamente por saber si realmente encontraba aquella perra perdida. Mientras ella volteaba tan lentamente, todo lo que le rodeaba comenzaba a elevarse, piedras, arbustos, insectos escondidos, su pelaje empezaba a moverse como si un viento interno lo moviera hacia fuera de su piel erizándolo por completo. Sus patas comenzaban a despegarse del suelo, intentó generar peso para mantenerse en el piso pero fue imposible, era cada vez más liviano. Al verse flotando sobre el suelo descuidó la mirada y aquella forma que lo atrajo ya no estaba presente, en ese momento cayó de golpe al suelo al mismo tiempo que todas las cosas que vio flotando a su lado. Aturdido por el golpe, sin entender que sucedía y débil no pudo más que recogerse e intentar descansar. Mientras intentaba acomodarse para darse calor intentaba comprender, y se dio cuenta que no recordaba cuanto tiempo llevaba en el desierto y peor aun, había olvidado por qué buscaba a esta perra que seguramente había muerto hace ya mucho tiempo, así se quedó dormido en medio de la noche y el desierto.

Parte 2.

El primer rayo de luz del sol lo hizo despertar bruscamente, algo confuso intentaba recordar lo pasado la noche anterior y dudoso de la experiencia no sabía si dar crédito a lo que había ocurrido creando en el una duda angustiosa. Al verse solo en medio del desierto decidió comenzar a caminar nuevamente. Eran kilómetros interminables de arena y el sol insistía con su calor insoportable. Aun así, era mejor seguir caminando sin rumbo que estar parado esperando a que nada sucediera o peor aun, morir en medio de la nada. Mientras caminaba a lo lejos algo brillaba con intensidad nublando su vista, al llamar su atención se propuso llegar hasta aquel lugar que parecía llamarlo. Sus patas cansadas por caminar en la densa arena dan pasos torpes, y uno de esos pasos pisa sorpresivamente un objeto a medio salir de la arena. Era el marco de un cuadro que enmarcaba el retrato ilegible de un hombre. El arena y el calor habían desgastado tanto la imagen que difícil era identificar quien era. Siguió caminando, un par de pasos más adelante un elegante traje de caballero colgaba de la nada. Dando vueltas alrededor del traje intentaba buscar de donde colgaba y nada parecía sostenerlo. Simplemente flotaba en el aire. Comenzó a sentir algo de miedo, pero no tanto como para arrancar, sino el miedo suficiente como para sentir curiosidad y seguir acercándose a aquel brillo que llamaba su atención. Mientras caminaba sus patas dolían pero intentaba no hacerle caso al dolor ni al cansancio, lo que estaba viviendo de cierta forma lo tenía asombrado y entretenido, no sabía que el dolor de sus patas no era por el simple cansancio, había algo más que desconocía. De lejos escuchaba un sonido constante, un tic tac que se hacía cada vez más fuerte a medida que caminaba. Un reloj tan grande como un campo de fútbol estaba funcionando y moviendo sus manecillas de cara hacia el sol. Quiso bajar a la superficie del reloj y asustado se percató que sus patas traseras ya no eran sus patas sino los pies desnudos de un hombre. Sin entender lo que sucedía y con el sonido ensordecedor del gigantesco tic tac del reloj sólo movió los pies para lograr pisar el reloj con torpeza, éste con el calor del sol hervía y comenzaba a quemar sus pies humanos y pensó que sería más rápido si aprovechaba de subir al minutero que lo llevaría hacia el otro extremo sin hacer esfuerzo. Así lo hizo, sentado sobre el minutero gigante, entre segundo y segundo con los fuertes sonidos de la maquinaria del reloj avanzaba, pero mientras estaba sentado observando y tratando de entender todo lo que veía lo que quedaba de sus muslos comenzaban a transformarse en las completas piernas de un ser humano. Al bajarse en el otro extremo del reloj y llegar al piso se percata del cambio que continuaba invadiendo su cuerpo, cae al suelo asustado mientras observa que las piernas humanas se unen a su cadera canina cada vez con más dolor. Tirado en la arena y con espanto aúlla sabiendo que nadie puede ayudarlo. Las grandes manecillas del reloj se detienen provocando un silencio que hacen callar su aullido. Intentando entender queda tendido en la arena, respirando rápidamente y aun asustado. Convertido en un can con extremidades humanas y sumido en el pánico intenta levantarse con dolor y dificultad cayendo una y otra vez en la arena caliente. Todo era difícil y su desesperación lo llevo a pensar que esto quizás era morir. Pero ¿por qué no moría de una vez y ya? ¿por qué pasar por esto tan doloroso y confuso? ¿cuál era el sentido de pasar por esto después de haber comenzado a buscar una perra perdida? Nada tenía respuesta y al parecer todo se ponía peor.

Parte 3.

Arrastrándose por el arena e intentando mover las piernas avanzaba retorciéndose y gimiendo. El sol sin piedad no dejaba de quemarlo todo, atrás el gigante reloj era despedazado y tragado por la arena generando un ruido estremecedor. Mientras se arrastraba alejándose de aquel lugar el arena comenzaba a colocarse más brillante y gruesa, entre sus granos se escondían pepitas de oro. Todo era una burla, pepitas de oro en medio del desierto. Difícilmente intentó mirar el sol y notó que este no se estaba moviendo, llevaba horas en el mismo lugar lo que no sabía si era mejor o peor, desconocía qué podría pasarle durante la fría noche pero tampoco sabía si era mejor tener ese sol abrazador por un tiempo indefinido. Delante de él había una caja, con su hocico la abrió y encontró un par de zapatos. Dejó la caja y siguió arrastrándose sin destino por la arena caliente. De pronto como ya comenzaba a hacerse costumbre de la nada en el cielo un águila dorada surca el cielo gritando con fuerza. Cegado por el sol sólo alcanza a ver sus enormes alas pasar sobre él. Del otro extremo del cielo un murciélago gigante aparece en dirección al águila. Ambas aves se cruzan en una pelea sangrienta justo sobre su cabeza, dando aullidos y mordiscos. Se precipitan a metros de su único espectador. Intentando dificultosamente acercarse llega a ellas pero ambos se han unido en una masa humeante como si fuera un tronco recién sacado del fuego, al apagarse, dentro de este un huevo aflora de las cenizas. Poco a poco el cascaron se rompe para dar nacimiento a un pequeño fénix. Ambos se quedan mirando mutuamente en medio de un desierto sin tiempo. Aquella mirada le pareció eterna, sintió en ella una paz que no sentía hace mucho tiempo, la cual había estado tan escurridiza en su vida. El ave corre y aletea intentando volar, entre un par de intentos logra perderse en el seco horizonte. Sin darse cuenta las piernas ya no le dolían y podía moverlas con un poco de incomodidad, y como nada sabía de equilibrio por lo que en varios intentos por levantarse terminó en la arena. Al lograr levantarse y con dificultad camina por el desierto con rumbo incierto, no había referencia de nada, caminar o quedarse quieto era lo mismo, pero frente a las extrañas cosas que se le presentaban al parecer lo hacían moverse hacia un destino más incierto que algún pueblo o cuidad. Como el sol estaba detenido en el cielo no había referencia del tiempo, por más que caminaba parecía no moverse a ninguna parte. Sus piernas ya lograban coordinar bien sus movimientos, incluso disfrutaba de sentir el arena caliente en la planta de sus pies, sentía el calor de otra forma, lamerse los muslos comenzaba a ser relajante. A lo lejos, una figura difícil de distinguir por el calor se acercaba, poco a poco tomaba la forma de un hombre vestido de esmoquin y con un maletín, al cruzarse ambos se miraron sin cruzar palabra alguna, no era necesario, sus miradas fueron tan profundas que evitaron cualquier dialogo. Ambos siguieron su rumbo sin detenerse. Al llegar a lo alto de una gran duna un fuerte colapso nuevamente lo lanza al suelo y retorcido de dolor su pecho y patas delanteras adquieren lentamente forma humana. El latido de su corazón cada vez más fuerte parecía retumbar en todo el desierto y mientras aullaba sus patas se transformaban en fuertes brazos. Tirado en el suelo de cara al sol esperando que el dolor de su transformación se detuviera el suelo comenzaba a temblar, a lo lejos podía ver como la tierra se abría de par en par tragando arena. Asustado se pone de pie y comienza a correr, la tierra se movía dificultado cada vez más el escape. A lo lejos pudo ver un puente que separaba el desierto con un gran pedazo de isla flotante en el aire. Intentó correr más fuerte concentrándose en sus piernas y moviendo los brazos, se sorprendió de la velocidad que alcanzaba mientras aun detrás de él la tierra se caía con un ruido estruendoso. Asustado miró hacia atrás y no logró ver el horizonte, a solo metros de él todo parecía ser tragado por un fondo sin fin. A su espalda todo parecía una boca gigante tragando y tragando arena. El puente estaba cada vez más cerca y logró notar que un abismo separaba esta isla flotante del desierto que caía y caía detrás de él. Antes de que la tierra sobre sus pies cayera logró saltar al puente alcanzando a sujetarse con los brazos en la orilla de este viendo como las dunas y tierra caían a un abismo sin fin. El puente y la isla flotaban en medio de una nada iluminada por un sol quieto e intenso. Sus pies colgaban y por un momento quedó colgando para luego encaramarse y quedarse en el puente observando un horizonte sin referencias. Al ponerse nuevamente de pie y comenzar a caminar hacia la isla que unía el puente comenzó a notar un dolor en la cabeza.

@Andreas_von


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