lunes, 29 de octubre de 2012

Encuentro en el metro.


Subí al vagón del metro y como suelo hacer me acomodo en la puerta anterior que va cerrada. Iba bien de tiempo y sin apuro a mi sesión de Yoga, no me gusta andar apurado y menos corriendo. El día estaba ideal para este ritmo, todo parecía ser que el ritmo que yo llevaba era el mismo que del resto, quizá porque era domingo y la gente suele andar más tranquila, pero en mi caso intento que todos los días sean un domingo igual a este. Un par de estaciones más adelante subió un grupo de gente y me acomodé para dar más espacio. Mi mirada se concentró en el suelo por un instante, no sé porque, de esos movimientos quizá de no querer encontrar nada pero ahí encontré unos zapatos negros, bien lustrados, y un pantalón gris, bien planchado. Frente a mi, unos pasos cortos como si los pies fueran frágiles intentaron acomodarse frente a mis zapatillas. Poco a poco fui subiendo la mirada y aquel traje gris vestía a un anciano muy bien vestido que me miraba fijamente a través de sus anteojos. Era yo, cuarenta años más viejo, pero era yo. Lo sentí en su mirada cómplice, me lo dijo y yo sin escuchar nada simplemente entendí. Me miraba con dulzura, tranquilo, sereno pero sobre todo contento, realizado. Claro que me puse nervioso, era yo mismo mirando a un joven de 30 años que recién comenzaba nuevamente y cómo no mirarlo de esa forma, faltaba mucho que vivir para llegar a anciano. Sonreí pero levemente, nervioso. El anciano se sentó mientras yo seguía en pié. Mientras pasaban las estaciones yo me preguntaba qué tan real podía ser aquello, reconocerme en un otro mucho mayor y sólo llegaba a la conclusión de que sea o no real lo que sentía era intenso y eso era la puerta hacia algo que era necesario continuar viviendo. Si era yo cuarenta o quizás más años no importaba realmente, lo que importaba es que a penas lo vi me vi a mi y al maravillarme con esa mirada algo me decía que debía estar tranquilo, como si fuera una suerte de oráculo que se me puso en frente mostrando la viva imagen de mi futuro. Me hizo sonreír y mi curiosidad innata pedía más contacto visual y necesitaba una mirada final antes de bajarme. Me quité los lentes de sol que habitualmente olvido quitarme cuando voy en el metro y antes de llegar a mi estación me voltee a mirarlo para tener un contacto más directo con él. Al girar mi cabeza él ya estaba mirándome y me sonrió, bajó su mirada para ver su reloj y volvió a mirarme para sonreír y cerrarme un ojo. Bajé del vagón, me di la vuelta y las puertas se cerraron. El anciano miraba a una niña mientras el tren partía y el tiempo se iba con el. 

@Andreas_von

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