De cierta forma siempre lo supe, simplemente que mi gata lo
confirmó cuando la saludó tan afectuosamente sin haberla conocido antes. Mi
gata suele no ser muy cordial con las visitas, menos si son mujeres, siempre ha
sido tremendamente celosa al nivel de romper carteras o bolsos. Pero al ver
como mi gata la buscaba para acurrucarse en ella me confirmaba lo que yo
intentaba aseverar una y otra vez, ese sentimiento misterioso que nos rondaba a
ambos, ese “algo” que nos mantenía atentos, con ganas de conocernos con la
extraña idea quizás de que ya nos conocíamos, o quizás algo tan simple como que
ambos nos gustamos tanto que hemos decidido vivirlo de esta manera misteriosa,
carente de palabras y exageradamente bella en miradas eternas y en presencia de
un silencio cálido, cómodo, hermoso.
No se bien cómo plantear lo que estoy tratando de escribir
ahora, y debe ser porque primera vez que escribo sobre algo que de cierta forma
ha sobrepasado mis expectativas o paradigmas sentimentales este ultimo tiempo.
Debo admitir que ya ha sido un buen tiempo en que he decidido estar solo y no
amar a una mujer, hace poco más de un año tuve un intento maravilloso que
terminó en la lejanía, a miles de kilómetros de aquí. Pero, ¿Qué hacer cuando
su mirada atraviesa todas mis fortalezas, escudos y defensas colocando mi alma
desnuda frente ella? ¿Qué hacer cuando el tiempo parece detenerse y el mundo
desaparecer cuando estamos juntos? ¿Qué hacer después de esos eternos abrazos
que nos damos al vernos y al despedirnos?. Quizá no hacer nada y dejarse llevar
por lo que se siente, no darle tanto protagonismo a las dudas provenientes de
la mente y callarlas de una buena vez y dejar que el corazón hable, tranquilo y
sereno como suele hacerlo dándonos respuestas que nos conducen a la tal
anhelada felicidad.
Después de juntarnos en la calle y haber caminado un poco
por el barrio fuimos a mi departamento, nos sentamos en el sofá y hablamos de
nosotros, de nuestros procesos interiores y de lo importante que es llegar a
ser uno mismo. Poco a poco nos hemos ido confesando profundas verdades, miedos,
alegrías, certezas e inseguridades. Ella en una búsqueda interior que
determinará gran parte de su identidad y su futuro, yo por mi parte hace ya un
buen tiempo he comenzado un camino interior del que estoy feliz, pero que aún
sigue en un bello proceso. Nos hemos tocado pocas veces, un par de días antes
me arriesgué a tomar sus manos transpiradas, irónicamente las mías suelen estar
muy secas, al hacerlo imaginé que si ambas manos estaban juntas podían llegar a
un equilibrio, a una equidad que manifestara lo que quizá deseamos ambos, estar
más cerca. Los abrazos han sido el transporte ideal hacia otros mundos, a lo
más profundo de nosotros al igual que las largas y cómplices miradas. ¿Cómplices
de qué? Creemos no saberlo, pero bien lo sabemos y mejor aún lo sentimos,
quizás tememos pronunciar el nombre, un nombre que por ser tan pronto no
queremos identificar pero que lo sabemos bastante bien. Me parece que hay un
profundo respeto por el cuerpo del otro, debo admitir que a veces fui temeroso
de que ella se me acercara más de la cuenta por miedo, un miedo ridículo a las
rubias de ojos claros que hoy logré confesarle después de que meditáramos
juntos a pedido de ella. Nos sentamos en el suelo y meditamos unos minutos. Al
despertar sentí la necesidad de tenerla más cerca si que poco a poco me fui
acercando, ella lo notó y se acomodó conmigo hasta terminar ambos abrazados en
el suelo rodeando nuestras piernas en la cintura del otro. Sentía su pecho,
dentro su palpitar era fuerte pero iba a destiempo con el mío, poco a poco
ambos abrazados fuimos calmando nuestro palpitar para terminar respirando a la
par, así llegamos a un momento de paz maravillosa, ahí olvidé todo, sólo sentía
que yo no era yo y ella no era ella, al fin sentía lo que era estar fundido con
alguien a un nivel en que nuestros pechos palpitaran al mismo tiempo, me perdí
en ese abrazo, quizá ella también, eso espero. Al separarnos casi rozamos
nuestros rostros llegando suavemente y muy cerca de nuestros labios, quizás
inconscientemente deseábamos un beso que no sucedió. Fue tan sutil que ninguno
de los dos dijo nada quizá creyendo que el otro no lo había notado, pero
existió el deseo y no fue el momento, quizá más adelante, no lo sabemos, pero
fue bello disfrutar de una fracción de segundo donde no eres dueño de ti ni tus
reacciones, sino que estás a merced de lo que se siente y eso por lo menos para
mi, tiene sentido siempre. Nos quedamos un largo rato mirándonos como solemos
hacerlo tan gratamente, me perdí a ratos en sus labios, atrayentes con sus
formas sutiles, grueso el inferior que invita, delicado y recatado el superior,
ambos una mezcla perfecta que robó mi atención por un momento en donde quizá
inconscientemente yo sólo deseaba perderme nuevamente en otra expresión más de
nosotros, ahí en ese silencio que parece decirnos tanto, sin necesidad de decir
algo parece como si ya lo supiéramos todo. Luego de eso nos confesamos más
cosas y sin duda la meditación nos sirvió para eso, para lograr un estado de
honestidad más avanzada aún. Al fin logré expresarle cuanto me gusta y mi
profundo miedo a amar como antes, de forma egoísta, sin el respeto por la
libertad del otro pero sobre todo entendiendo que amar no es llenar nuestros
vacíos con el otro, vacíos que no hemos sabido llenar con nosotros mismos. Le
expliqué que más allá de intentar dar con un entendimiento racional y frío de
lo que siento no quiero y no estoy dispuesto a amar para poseer, porque quien
esté frente a mi es quien me enseña que lo que vivimos no es nuestro, sino un
resultado de una unión que no es de nadie, sino de una belleza que no debe ser
comprendida con la cabeza sino disfrutada y agradecida con el corazón, con el
alma. Por su parte me confesó abiertamente que yo también le gusto, aún así
para ella es importante conocernos y disfrutar de lo que nos pasa. Intenté
explicarle lo que sentí mientras meditaba y cómo me concentré en ella, no fue
mucho tiempo de meditación pero fue suficiente como para llegar a un trance
maravilloso que nos permitió acercarnos en todo ámbito, terminando en el suelo
enredados, abrazados, quizá con deseos de más pero lo que teníamos ya era
suficiente y hermoso.
Seguimos sin entender que nos pasa, pero lo que vivimos lo
hemos disfrutado y eso es lo que importa. Me pidió un vaso de agua y ambos
bebimos de vasos distintos. Le pregunté si quería llevarse su pañuelo que
gentilmente me había prestado un par de días antes y me dijo que no, que lo
dejaría conmigo nuevamente, cosa que obviamente me agradó saber, ambos sabemos
que eso significa que nos veremos nuevamente, ¿Cuándo? No lo sabemos. La
invitación ya está hecha, los deseos de vernos también. En estado de trance aún
por la meditación la acompañe al metro, el abrazo fue eterno como han sido
siempre, sentí su corazón palpitar fuerte y el mío también, nuevamente latían a
la par, nos despedimos deseándonos lo mejor ya que no nos veríamos por lo menos
en más de un mes, ella viaja lejos, a otro país, a las Europas. Nuestras manos
no querían soltarse mientras nos despedíamos, al fin sus manos húmedas y mis
manos secas estaban juntas intentando no soltarnos, no había nada que
comprender, nuestras manos en esos segundos lo dijeron todo.
Al llegar a casa vi los vasos con agua, ahí permanecen
juntos hasta el día de hoy.
@Andreas_von
No hay comentarios:
Publicar un comentario