Iba dentro del jeep fotografiando el paisaje que hasta un
momento era desierto colorido con uno que otro animal lejano que intentaba ver
a través del zoom de mi cámara, en eso, a lo lejos algo brillaba con mucha fuerza,
era un brillo móvil, parecido al efecto que produce el calor en el pavimento de
las carreteras. Poco a poco ese brillo iba transformándose en agua, como un
gran lago a la lejanía. Si, estábamos llegando al salar y estaba cubierto de
agua, lo que era excelente según el chofer del jeep, que no quiso decirnos más
para no arruinar la sorpresa. El jeep entró en el agua y a medida que
comenzábamos a entrar una maravillosa y gigantesca imagen del cielo se
reflejaba en el suelo, era como ir sobre un espejo que no se quebraba y que a
lo lejos me encandilaba sutilmente, pero no tanto como para no apreciar la
belleza de un horizonte sin fin con dos cielos, uno sobre el otro. Mi emoción
era incontenible, jamás en mi vida había visto paisaje tan hermoso. Debo
admitir que frente a experiencias como estas soy bastante sensible y no pude
evitar sentirme extasiado y agradecido de semejante paisaje frente a mi. He
tenido la oportunidad de fotografiar en muchos viajes cosas hermosas, pero sin
duda, en ese momento estaba en el cielo. Lo que conocía como suelo y que estaba
acostumbrado a ver como tierra era cielo, todo era cielo.
A lo lejos comencé a divisar autos y gente, todos reflejados
obviamente en el horizonte y con formas extrañas, las personas parecían largas,
altas y cabezonas, podría haber pensado que eran extraterrestres, pero no, eran
personas disfrutando del inmenso paisaje. En ciertos momentos soy presa fácil
del impulso fotográfico y admito que tuve que fotografiar sin detenerme pero
aplicando lo que he aprendido con el tiempo, fotografiar con un ojo y disfrutar
con el otro, rara vez cierro el otro ojo para fotografiar, cosa que me ha
ayudado mucho para seguir contemplando o atento a otra cosa que se presente,
algo así como los ojos de un camaleón.
Llegamos al llamado “hotel de sal”, un hotel hecho
completamente de sal en medio de este salar, allí era el punto de encuentro de
todos los mochileros o viajeros, la gente comía o caminaba por el agua que no
superaba los talones. Nos bajamos y caminamos lejos para lograr fotos
despejadas de gente, mientras mis compañeros tomaban sus fotos yo me aparté,
sentí la necesidad de querer estar solo con todo eso a mi alrededor, mientras
caminaba comencé a llorar de gratitud, estaba impresionado por tanta belleza y
por haber logrado llegar a mi destino. Me senté por un momento en el agua y no
hice más que decir; “Gracias, gracias, gracias”. Y lloré. Estaba en una dicha,
en una felicidad que me premiaba con un paisaje digno del génesis bíblico o
quizá de una novela o película de ficción. Estaba cansado de tantos kilómetros
recorridos, de dormir incómodo en buses y hostales, de pasar calor, frío y
hambre, pero había llegado al salar y eso era lo que importaba, tenía que vivir
esa alegría y agradecerla, y eso hice.
Luego me sumé a mis compañeros para fotografiarnos haciendo
distintas payasadas, me dolían los pies porque andaba descalzo y la sal
comenzaba a romper mi piel haciéndome sangrar, era necesario andar con chalas
cosa que olvidé en el pueblo. Tomé muchas fotos y luego me subí al techo del
jeep, ahí dejé la cámara y disfruté contemplar todo, la gente disfrutando,
algunos no podían cerrar la boca y creo que yo tampoco. Fue imposible
recordarla a ella, si, quien había dejado hace un par de meses en el
aeropuerto. Pensé mucho en ella, en nosotros. Claramente fue una compañía
constante, sin dolor, pero con nostalgia. Habría dado cualquier cosa por
tenerla conmigo ahí. Finalmente retornamos, no me quise mover del techo del
jeep y mientras estábamos en el salar seguí fotografiando desde ahí arriba.
Alejarse de un lugar tan imponentemente bello no fue fácil para mi, suelo
apegarme a lo que considero bello, pero lo hice bastante bien, estaba
agradecido. Demasiado agradecido. Tenía claro que la misión del viaje estaba
cumpliéndose, viajar solo lejos de casa, comenzar a recorrer lugares
inhóspitos, sin comunicación, ser honesto conmigo, conocerme y reconocer que
aquella voz interior que me habla debo escucharla y obedecerla, así comenzaba a
darme cuenta de quien realmente era. El viaje era eso, un viaje por dentro, a
los miedos y a las alegrías. Un viaje para mi y por mi, así comenzaba a darme
cuenta que no hay que temer, porque detrás de todo lo que veo y percibo hay
tanta belleza, tanto que recibir y dar. Eso fue lo que comenzaba a sentir
mientras me alejaba del salar, había pisado el cielo, y no podía estar más
feliz. Ahora comenzaba un retorno a casa, con otra piel, con una convicción de
ser lo que realmente soy. De tener que dedicar tanta belleza y compartirla, ser
el artista de mi propia vida, el fotógrafo de mi ser, el poeta de mi alma, el
hombre fuera del genero, el humano sobre la humanidad y la felicidad hecha
cuerpo para poder expresarla.
@Andreas_von
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