Subí al vagón del metro y como suelo hacer me acomodo en la
puerta anterior que va cerrada. Iba bien de tiempo y sin apuro a mi sesión de
Yoga, no me gusta andar apurado y menos corriendo. El día estaba ideal para
este ritmo, todo parecía ser que el ritmo que yo llevaba era el mismo que del
resto, quizá porque era domingo y la gente suele andar más tranquila, pero en
mi caso intento que todos los días sean un domingo igual a este. Un par de
estaciones más adelante subió un grupo de gente y me acomodé para dar más
espacio. Mi mirada se concentró en el suelo por un instante, no sé porque, de
esos movimientos quizá de no querer encontrar nada pero ahí encontré unos
zapatos negros, bien lustrados, y un pantalón gris, bien planchado. Frente a
mi, unos pasos cortos como si los pies fueran frágiles intentaron acomodarse
frente a mis zapatillas. Poco a poco fui subiendo la mirada y aquel traje gris
vestía a un anciano muy bien vestido que me miraba fijamente a través de sus
anteojos. Era yo, cuarenta años más viejo, pero era yo. Lo sentí en su mirada
cómplice, me lo dijo y yo sin escuchar nada simplemente entendí. Me miraba con
dulzura, tranquilo, sereno pero sobre todo contento, realizado. Claro que me
puse nervioso, era yo mismo mirando a un joven de 30 años que recién comenzaba
nuevamente y cómo no mirarlo de esa forma, faltaba mucho que vivir para llegar
a anciano. Sonreí pero levemente, nervioso. El anciano se sentó mientras yo
seguía en pié. Mientras pasaban las estaciones yo me preguntaba qué tan real
podía ser aquello, reconocerme en un otro mucho mayor y sólo llegaba a la
conclusión de que sea o no real lo que sentía era intenso y eso era la puerta
hacia algo que era necesario continuar viviendo. Si era yo cuarenta o quizás
más años no importaba realmente, lo que importaba es que a penas lo vi me vi a
mi y al maravillarme con esa mirada algo me decía que debía estar tranquilo,
como si fuera una suerte de oráculo que se me puso en frente mostrando la viva
imagen de mi futuro. Me hizo sonreír y mi curiosidad innata pedía más contacto
visual y necesitaba una mirada final antes de bajarme. Me quité los lentes de
sol que habitualmente olvido quitarme cuando voy en el metro y antes de llegar
a mi estación me voltee a mirarlo para tener un contacto más directo con él. Al
girar mi cabeza él ya estaba mirándome y me sonrió, bajó su mirada para ver su
reloj y volvió a mirarme para sonreír y cerrarme un ojo. Bajé del vagón, me di
la vuelta y las puertas se cerraron. El anciano miraba a una niña mientras el
tren partía y el tiempo se iba con el.
@Andreas_von
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