domingo, 5 de agosto de 2012

Viaje iniciático, parte 12. Salar de Uyuni, Bolivia.


Iba dentro del jeep fotografiando el paisaje que hasta un momento era desierto colorido con uno que otro animal lejano que intentaba ver a través del zoom de mi cámara, en eso, a lo lejos algo brillaba con mucha fuerza, era un brillo móvil, parecido al efecto que produce el calor en el pavimento de las carreteras. Poco a poco ese brillo iba transformándose en agua, como un gran lago a la lejanía. Si, estábamos llegando al salar y estaba cubierto de agua, lo que era excelente según el chofer del jeep, que no quiso decirnos más para no arruinar la sorpresa. El jeep entró en el agua y a medida que comenzábamos a entrar una maravillosa y gigantesca imagen del cielo se reflejaba en el suelo, era como ir sobre un espejo que no se quebraba y que a lo lejos me encandilaba sutilmente, pero no tanto como para no apreciar la belleza de un horizonte sin fin con dos cielos, uno sobre el otro. Mi emoción era incontenible, jamás en mi vida había visto paisaje tan hermoso. Debo admitir que frente a experiencias como estas soy bastante sensible y no pude evitar sentirme extasiado y agradecido de semejante paisaje frente a mi. He tenido la oportunidad de fotografiar en muchos viajes cosas hermosas, pero sin duda, en ese momento estaba en el cielo. Lo que conocía como suelo y que estaba acostumbrado a ver como tierra era cielo, todo era cielo.
A lo lejos comencé a divisar autos y gente, todos reflejados obviamente en el horizonte y con formas extrañas, las personas parecían largas, altas y cabezonas, podría haber pensado que eran extraterrestres, pero no, eran personas disfrutando del inmenso paisaje. En ciertos momentos soy presa fácil del impulso fotográfico y admito que tuve que fotografiar sin detenerme pero aplicando lo que he aprendido con el tiempo, fotografiar con un ojo y disfrutar con el otro, rara vez cierro el otro ojo para fotografiar, cosa que me ha ayudado mucho para seguir contemplando o atento a otra cosa que se presente, algo así como los ojos de un camaleón.
Llegamos al llamado “hotel de sal”, un hotel hecho completamente de sal en medio de este salar, allí era el punto de encuentro de todos los mochileros o viajeros, la gente comía o caminaba por el agua que no superaba los talones. Nos bajamos y caminamos lejos para lograr fotos despejadas de gente, mientras mis compañeros tomaban sus fotos yo me aparté, sentí la necesidad de querer estar solo con todo eso a mi alrededor, mientras caminaba comencé a llorar de gratitud, estaba impresionado por tanta belleza y por haber logrado llegar a mi destino. Me senté por un momento en el agua y no hice más que decir; “Gracias, gracias, gracias”. Y lloré. Estaba en una dicha, en una felicidad que me premiaba con un paisaje digno del génesis bíblico o quizá de una novela o película de ficción. Estaba cansado de tantos kilómetros recorridos, de dormir incómodo en buses y hostales, de pasar calor, frío y hambre, pero había llegado al salar y eso era lo que importaba, tenía que vivir esa alegría y agradecerla, y eso hice.
Luego me sumé a mis compañeros para fotografiarnos haciendo distintas payasadas, me dolían los pies porque andaba descalzo y la sal comenzaba a romper mi piel haciéndome sangrar, era necesario andar con chalas cosa que olvidé en el pueblo. Tomé muchas fotos y luego me subí al techo del jeep, ahí dejé la cámara y disfruté contemplar todo, la gente disfrutando, algunos no podían cerrar la boca y creo que yo tampoco. Fue imposible recordarla a ella, si, quien había dejado hace un par de meses en el aeropuerto. Pensé mucho en ella, en nosotros. Claramente fue una compañía constante, sin dolor, pero con nostalgia. Habría dado cualquier cosa por tenerla conmigo ahí. Finalmente retornamos, no me quise mover del techo del jeep y mientras estábamos en el salar seguí fotografiando desde ahí arriba. Alejarse de un lugar tan imponentemente bello no fue fácil para mi, suelo apegarme a lo que considero bello, pero lo hice bastante bien, estaba agradecido. Demasiado agradecido. Tenía claro que la misión del viaje estaba cumpliéndose, viajar solo lejos de casa, comenzar a recorrer lugares inhóspitos, sin comunicación, ser honesto conmigo, conocerme y reconocer que aquella voz interior que me habla debo escucharla y obedecerla, así comenzaba a darme cuenta de quien realmente era. El viaje era eso, un viaje por dentro, a los miedos y a las alegrías. Un viaje para mi y por mi, así comenzaba a darme cuenta que no hay que temer, porque detrás de todo lo que veo y percibo hay tanta belleza, tanto que recibir y dar. Eso fue lo que comenzaba a sentir mientras me alejaba del salar, había pisado el cielo, y no podía estar más feliz. Ahora comenzaba un retorno a casa, con otra piel, con una convicción de ser lo que realmente soy. De tener que dedicar tanta belleza y compartirla, ser el artista de mi propia vida, el fotógrafo de mi ser, el poeta de mi alma, el hombre fuera del genero, el humano sobre la humanidad y la felicidad hecha cuerpo para poder expresarla. 

@Andreas_von






























No hay comentarios:

Publicar un comentario

Datos personales