jueves, 27 de diciembre de 2012

Encuentro con el arcángel Gabriel.

Fui a dejar unos regalos de parte de mi madre a nuestro querido dentista que nos ha atendido durante muchos años, como vivo cerca le hice el favor a mi madre de ir a dejarlos en su nombre. Al entrar al ascensor del edificio saludé con un “Buen día” al operario del ascensor que estaba sentado mirando fija e inexpresivamente los botones del panel y me saludó de vuelta de forma muy cordial. Era un señor mayor, quizá unos 60 años, canoso y bien arreglado. Mientras íbamos subiendo hacia el último piso y la música ambiental típica del ascensor nos hacía compañía me pareció extraño que aún existieran operarios de ascensores considerando la tecnología de los ascensores del edificio. En silencio intenté explicarme del por qué de este trabajo que casi ya no se ve en Santiago. Quise preguntarle pero ya habíamos llegado al piso donde debía bajarme y me despedí con la duda en la garganta. Hice mi encargo algo apurado, con deseos de volver al ascensor y hablar con aquel hombre, sentía que había algo que debíamos conversar respecto a mi duda y sabía que había algo más profundo que podía surgir de esa conversación que anhelaba tener con él. Llegué al ascensor y apreté el botón para llamarlo. Se abrieron las puertas y ahí estaba nuevamente, sereno, no se veía ni feliz ni triste en ese ascensor de 3 por 3, subiendo y bajando, sin señal en el celular y un puzzle en las manos para matar el aburrimiento quizás, su calma me recordaba a todas aquellas practicas de meditación en las que he estado, ese hombre era un maestro Zen. A penas entré no quise perder el tiempo y le pregunté; “Discúlpeme, pero me llama la atención su trabajo ¿Cuánto tiempo lleva trabajando en esto?”, me miró al fin y me dijo; “Más de 20 años mijito”. Increíble (Dije hacia mis adentros), trabajar de lunes a viernes encerrado en ese bunker que subía y bajaba quizá cuantas veces al día. Todo eso y más imaginaba yo. No dudé en decirle lo que sentía frente a aquella realidad y le dije: “Sabe, yo creo que quizá en otra vida usted fue un ángel para estar tan tranquilo aquí trabajando en esto, aquí encerrado, subiendo y bajando, alguna relación debe tener usted con el cielo y la tierra, ¿Cómo se llama?”, mientras íbamos llegando al primer piso donde yo debía bajarme me mira, sonríe y me dice; “Me llamo Gabriel”. Ahí comprendí su paz, su amabilidad en medio de 4 paredes grises, él subía y bajaba personas como un ángel, salí del ascensor y le dije; “Gracias arcángel Gabriel, gracias por este paseo”. Nos dimos la mano y me aprieta fuertemente la mano y me dice; “Gracias a ti por entender mi trabajo, soy feliz subiendo y bajando, que tengas buen día”. Caminé de vuelta por el centro convencido de que en lo profundo cada uno de nosotros realiza una misión sublime, por más difícil o espantosa que esta parezca a simple vista. En medio de la multitud mientras escuchaba en mis audífonos a una pieza de Ligeti e imaginaba que el mundo se caía a pedazos, caminé tranquilo y sonriente por haber conversado con un ángel en medio de tanto caos. Hoy, él fue mi maestro.

@Andreas_von


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