domingo, 28 de julio de 2013

La flor divina.

Durante años casi eternos luché contra el demonio para sacarlo de las retorcidas y oxidadas neuronas de este corazón del tamaño de la nada infinita, día tras día el relampagueo incesante de nuestras contiendas iluminaban mis ciudades interiores aletargadas de una mala fe. Así, después de luchar incansablemente cedí mi espada a la gravedad que la hizo cortar mi mundo a la mitad y abrirlo para dejar florecer una semilla sin nombre. Al abrir mis labios secos brotó una vertiente de compasión por mi terquedad y dejé que el silencio me tomara de la lengua para depositar un manojo de llaves para una sola puerta; mi espíritu. Al fin callada la mente, detenido el flujo de mi sangre caliente y con el corazón en cada célula abrí las fauces de mi alma para tragar al demonio y digerir cuanta verdad era de mi. Sentado frente al universo que me abría el cráneo logré defecar una flor blanca a la cual le di el nombre de Dios. Hoy después de todos los ruidos y silencios, batallas y pequeños momentos de paz veo como la lluvia de mis alegrías y la luz de una verdad impermanente alimentan y dejan brotar de esta flor a un bebé con el rostro de una humanidad que duerme con los ojos hacia su centro iluminando todo aquello que nosotros aún buscamos, nuestra propia divinidad.

@Andreas_von


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